5. UNA HERMOSA SEÑORA: MADONNA LISA
Después de su larga estadía en Milán, Leonardo regresa en el año 1500 a su natal Florencia. Volvía como un genio de la pintura después de haber pintado La Última Cena . Para entonces su fama era reconocida en toda Italia. En este periodo realiza una de las mayores obras de arte de la pintura universal: La Monna Lisa o Gioconda.
El cuadro ha estado en el ojo de la tormenta por su incomprensión y múltiples teorías respecto a quién es exactamente la mujer que allí se retrata. Desde luego, El Código Da Vinci también da su propia interpretación respecto a la identidad de Monna Lisa. Según Dan Brown, este cuadro refleja un ser mitad hombre y mitad mujer (andrógino) y, además es, en parte, un autorretrato de Leonardo. Igualmente dice que Monna Lisa es un anagrama de los nombres de las deidades egipcias de la fertilidad: Amon (varón) e Isis (mujer). El cuadro, pues, sería el portador de un mensaje anticristiano.
Ya sabemos que el espíritu moderno de Leonardo hace de él un hombre práctico y experimental, por lo cual tiene un talante poco propicio a vincularse con sectas o religiones mistéricas. Así lo ve Amy Welborn quien opina que cualquier relación entre los nombres de dioses egipcios y Leonardo y su pintura es inmediatamente descartada. Leonardo no ponía nombre a sus cuadros, por lo tanto no pudo haber comunicado un mensaje religioso oculto con un nombre que él jamás atribuyó a la pintura que ahora conocemos como Monna Lisa. Aproximadamente tres décadas después de la muerte de Leonardo, Giorgio Vasari, su primer biógrafo, identificó el trabajo como Monna Lisa.
Pero, ¿quién era exactamente esa mujer? Más de un autor coincide en que era la joven esposa de Francesco del Giocondo y que era conocida como Madonna Lisa. Para abreviar se le llamó Monna Lisa o simplemente La Gioconda, por el apellido de su marido. No hay secretos en el nombre de la joven señora.
Monna Lisa acudía al estudio de Leonardo acompañada de doncellas y bufones. Para que la modelo siempre se mantuviera en la misma postura, el pintor organizaba conciertos de música mientras trabajaba en el cuadro. Leonardo realizó esta pintura en un periodo de cuatro años entre 1503 y 1507.
Hoy el cuadro se conserva en el Museo Louvre de París. Es una mujer vista de frente, con los cabellos sueltos, un velo en la cabeza y con el busto un tanto descubierto. Se encuentra sentada en un sillón, apoyando la mano y el brazo derecho en uno de los brazos del mueble; encima apoya la mano y el brazo izquierdo.
Giorgio Vasari, cuando describe a Monna Lisa, dice que la hermosura de la mujer se encuentra en su rostro: pestañas naturales naciendo de la carne, fosas nasales tiernas y rosadas que proceden de una nariz que pareciera que tiene vida, y una boca con las comisuras de los labios que se unen con el rojo de la boca. Más parece una obra de la naturaleza que de los colores.
Leonardo emplea aquí una novedosa técnica de pintura conocida como sfumato. Aquella consistía en un manejo de luz y sombra donde los colores se presentan borrosos y suavizados para fundir una obra con otra. En la Monna Lisa , vemos que Leonardo ha empleado los recursos del sfumato con deliberación extrema. Todo aquel que ha tratado de dibujar un rostro sabe que su expresión reside principalmente en dos rasgos: las comisuras de los labios y las puntas de los ojos. Precisamente son esas partes las que Leonardo dejó deliberadamente en lo incierto. Por eso nunca llegaremos a saber con certeza cómo nos mira Monna Lisa.
Se cree que Leonardo ha pintado rasgos masculinos en el cuadro; así, pues, se dice que las manos de Monna Lisa no corresponden a las de una mujer delicada y noble, y que, por el contrario, son demasiado toscas para ser femeninas. En Leonardo, los rasgos de la persona amada podían estar presentes en los cuadros: se presume que las manos de la Gioconda sean toscas porque refieren a Catalina, su madre, una campesina que labraba la tierra.
El cuadro de La Gioconda abrió un nuevo episodio en la pintura de Leonardo. La obra era original y rápidamente fue admirada por los discípulos del pintor; lo que más sorprendía a todos fue su enigmática mirada y sonrisa. Pero el cuadro de la hermosa mujer de Francesco de Giocondo no es el único con esos rasgos. Obras posteriores, como san Juan del Louvre y la pintura de Santa Ana tienen aquella mirada que se ha bautizado como leonardesca.